Reflexiones sobre la violencia y la posesión de armas

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Muchas de las reflexiones están inspiradas en el imprescindible ensayo de Hardt y Negri: Multitud; guerra y democracia en la era del Imperio

Tras la tragedia de Connecticut se ha reabierto el debate sobre la posesión de armas de fuego tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo occidental. El individualismo extremo presente en la sociedad americana (y que empieza a extenderse de forma dramática por Europa) suele distorsionar por completo el origen del porqué en EE.UU se permite tener armas en casa. En su origen no fue para proteger tu propiedad frente al resto (aunque ahora la tergiversación interesada de los neoliberales haya transformado la primeriza intención) sino para, y cito, «Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un estado libre, no se restringirá el derecho del pueblo a poseer y portar armas» (segunda enmienda, enmarcada en la tradición republicana del uso de la violencia como resistencia, nótese la insistencia en «milicia» y «pueblo», contra propiedad privada e individuo).  En otras palabras, la intención era la de  redistribuir el poder y en esta redistribución se encuentra también la de democratizar la violencia (el pueblo armado, una herramienta más de contrapoder en el supuesto de un levantamiento tiránico).

Esto lo digo a modo introductorio. Parece mentira que incluso entre la izquierda hayamos claudicado ante el argumentario estatalista weberiano del monopolio del uso de la violencia por parte del Estado. No en vano, a excepción del Reino Unido, en el resto de democracias europeas se han vivido muchas épocas de tiranías y golpes de estado triunfantes (Francia, España, Grecia, Italia, Portugal, Alemania…). Casualmente, ni en Suiza (donde portar armas es un deber y no un derecho constitucional) ni en Estados Unidos han habido en ningún momento autocracias (sí, todos sabemos los défictis  democráticos enormes que hay en EE.UU. pero no ha habido un dictador en el sentido propio de la palabra).

Considero que estos temas merecen reflexiones de fondo que vayan más allá del «es que las armas son malas y por lo tanto hay que prohibirlas» (estoy de acuerdo, pero nunca suele acompañarse de prohibir las armas que portan militares y policías) o del muy simplificado «en estados unidos hay matanzas porque tienen armas de fuego» (el hecho de que en Canadá o Suiza haya el mismo número de armas por habitante pero una cantidad muy inferior de muertes por armas de fuego debería responder a este falacioso argumento, el problema radica en la sociedad americana, completamente enferma por otras razones).

El problema es muy de fondo. Partimos del supuesto de que vivimos en una democracia y que, por lo tanto, la violencia inherente a las armas es una expresión autoritaria antidemocrática. Restringimos y delegamos entonces la violencia al Estado «democrático» para hacer cumplir las leyes que «todos votamos». Por otro lado, entre los movimientos transformadores, anticapitalistas, democráticos y de izquierdas se suele caer en un error porque seguimos la lógica de los opuestos. Como el poder es violento y se sustenta en la violencia para contrarrestarlo debemos situarnos en una oposición polar simétrica. Se propone entonces a la democracia como una fuerza absolutamente pacífica. El problema de esto, es que vivimos en un contexto de violencia que no puede ignorarse. Las cosas no son tan simples y no podemos obviar la otra cara de la realidad. El plano teórico es muy bonito, lástima que vivamos en constante violencia y/o amenaza de la misma. Afirmar que eso es plausible es pensar que si realmente se produjera un cambio profundo no habría una respuesta violenta por parte del Estado (cuando el Estado es, efectivamente, violento), que lo neutralizaría. De hecho, hasta tenemos un ejemplo bíblico de que una huída, de un éxodo (como el de la democracia), también es fuertemente reprimido. El faraón no permitió que los judíos se vayan en paz. Gilles Deleuze afirma: «Huye, pero al tiempo que huyes, coge un arma». Es bastante ingenuo pensar que un soberano permitiría la huída de sus goberanados sin reprimir o intentar recuperarlos por la fuerza.

Vamos por partes. El hecho de que vivamos en una democracia pura no violenta es muy cuestionable y para demostrarlo me remito a los hechos históricos empíricos. En el momento que las fuerzas izquierdistas más transformadoras han conquistado el poder político han vivido automáticamente una respuesta violenta por parte de la clase dominante. En España, cuando el Frente Popular ganó unas elecciones democráticamente tuvimos un golpe de estado que dio lugar a la guerra civil. En Chile, cuando Allende ganó los comicios de 1970 tuvo, en el año 73, la respuesta violenta de Pinochet. En Nicaragua igual, en Venezuela, en el año 2002, más de lo mismo (contra Chávez, aunque fracasó), en Ecuador, el reciente caso de Honduras o de Paraguay son otros ejemplos paradigmáticos. Los casos de Olof Palme en Suecia o del mismo Kennedy en EE.UU. (ambos asesinados) están más abiertos a debate. Igualmente, tenemos pocos casos de triunfos de una izquierda radical en Europa, lo que limita el marco del análisis. Veremos si cuando gane Syriza en Grecia no se promueve la desestabilización o si directamente se perpetra un golpe de estado. Todavía tienen el beneficio de la duda. Los que piensen que eso nunca ocurrirá en el marco de la UE que miren lo que está ocurriendo en Hungría.

Por otro lado, las conquistas de la clase obrera en Europa difícilmente se pueden explicar sin la organización de las clases obreras y sin la amenaza -violenta- de la URSS. De forma tácita, parece que la clase dominante solo cede cuando hay amenaza de violencia. Casualmente, en la actualidad, no tienen reparos en quitarnos todo lo conseguido. No hay una oposición armada.

Pienso que es bastante evidente que el poder necesita de la violencia para perpetuarse y dominarnos (condición necesaria aunque no suficiente). No seamos hipócritas, estamos involucrados en miles de conflictos armados. Imponemos la hegemonía a través de la fuerza. Quién no acepta nuestra oferta por las buenas la debe aceptar por las malas.

Sin embargo, tampoco debemos ser ingenuos. Un fusil no puede nada contra una bomba atómica o contra un ejército organizado. Del mismo modo, tampoco le interesa al hegemón la destrucción sistemática de las fuerzas productivas ni de los recursos naturales (consecuencia subsiguiente de la utilización de armas de destrucción masiva). Sería un gobernante sin gobernados (una contradicción, no serías soberano) además de no poder robar los recursos (si hubiesen utilizado bombas nucleares en Irak se quedan sin petróleo). Además, un mundo nuevo debe tener como horizonte la erradicación absoluta de la violencia, cosa que es complicada si únicamente basamos la fuerza en la violencia. Está el problema de escapar a la relación de servidumbre amo-esclavo de la URSS. Es por ello que, como Negri y Hardt, me adscribo a la corriente de la violencia democrática próxima a los zapatistas del subcomandante Marcos.

La violencia democrática es horizontal y parte de la premisa de que nunca, bajo ningún concepto, de la violencia se puede forjar un poder constituyente (contrariamente a lo que creen los marxistas-leninistas). La violencia es una arma más de la multitud como lo puede ser una manifestación o una huelga general que debe producirse en un marco determinado. Únicamente al final de un proceso profundamente democrático y como último recurso de resistencia activa puede ser utilizada. Siempre de forma descentralizada y horizontal, siguiendo los tres criterios esbozados por Hardt y Negri en Multitud; guerra y democracia en la era del Imperio. Soy partidario de otorgarle el beneficio de la duda al Régimen. Es preferible (y si realmente hemos «evolucionado» no haría falta recurrir a la resistencia activa) utilizar todas las herramientas pacíficas y democráticas a nuestra disposición, utilizar la desobediencia civil etcétera. Si al final de este camino se produjera, como también es potencial y previsible, una respuesta armada y violenta del Estado sería un imperativo el ejercitar la violencia democrática. Pongamos como ejemplos los judíos que se rebelaron ante los nazis en los guetos o los milicianos españoles, que utilizaron la violencia a modo de defensa. Siempre debe ser así, no se constituye ni se construye nada a través de la violencia, es siempre a modo de defensa y resistencia activa. Por eso, es democrático el poseer armas ya que éstas existen y son autoritarias per se. No debemos cederle ese monopolio al Estado, que, en última instancia, siempre podría utilizarlas en nuestra contra (y ya lo hace, los desahucios es violencia del Estado directa física, o la represión en las manifestaciones democráticas).

La caridad desde una perspectiva crítica

Imagen del spot que denunció el pasado mes de mayo de 2011 la hipocresía de la Marató contra la Pobres

Imagen del spot que denunció el pasado mes de mayo de 2012 la hipocresía de la Marató contra la Pobresa

Desde hace unos días, se ha impulsado a lo largo del territorio catalán una iniciativa liderada por el Banco de Alimentos, grandes empresas y bancos (La Caixa) denominada «El Gran Recapte» destinada a recoger alimentos para las familias necesitadas. No en vano, los bancos de alimentos han asegurado que 9 millones de españoles han acudido a ellos para pedir comida en alguna ocasión (en el estado español se pasa hambre). En este post no quiero poner en duda la buena fe así como las ganas de ayudar de los ciudadanos que colaboran con este tipo de iniciativas. Es cierto que algunos hipócritas quieren lavar su conciencia pero no son la mayoría. Hay un deseo real de asistir a los que peor lo están pasando. Tampoco es mi intención hacer una crítica sangrante, algo hay que hacer con las personas que pasan hambre y no disponen de ninguna solución immediata a sus precarias situaciones. Sin embargo, no podemos quedarnos en lo superficial de este tipo de acciones y hay que destapar las hipocresías así como la forma de ayudar que alimentamos utilizando la caridad.

Ya de entrada, es chocante observar qué empresas colaboran con este tipo de iniciativas. No descubro nada a nadie asegurando que los cómplices y los culpables de que en este país se pase hambre son los que lideran esto. La Caixa es un banco que está echando a las personas de sus casas, empujándolas al suicidio como el sonado caso de Amaia, que ha estafado a centenares de miles de clientes con las preferentes (abocándolas, de esta forma, a la pobreza y a la miseria personal) y que ha sido uno de los causantes de la crisis que hoy provoca la pobreza que dicen combatir. Mercadona es una empresa que directamente criminalizó y denunció a activistas que entraron en sus supermercados para coger comida y dársela a los pobres. Por último, casi todos los propietarios de estas empresas tienen su dinero en paraísos fiscales, se oponen a medidas que puedan paliar la pobreza (ya sea oponiéndose a subidas de impuestos o en sus propias prácticas en el seno de las mismas, sin redistribuir los beneficios que generan entre sus trabajadores) y proponen muchas que acentúan nuestra situación (como las reformas del mercado laboral, la privatización de servicios públicos etcétera). Que luego pidan caridad es pura y desvergonzada hipocresía, un simple mecanismo de lavado de imagen.

Por otro lado, y ya de forma más general, debemos afrontar lo que significa e implica la caridad en sí (aunque, reitero, no quiero criticar a las buenas personas que participan de buena fe en ella). La relación que se establece entre el que dona algo y el que recibe algo no es en absoluto solidaria. Es una relación de dependencia, jerárquica que va de arriba a abajo y condescendiente. No trata como un igual al que necesita la ayuda ya que reproduce un modelo lineal unidireccional en el que uno tiene y otro no tiene y en el que éste segundo debe arrodillarse en el momento que recibe, verticalmente, la donación. Además, sirve para mantener el status-quo y legitima y mantiene los poderes estructurales de dominación. Cuando uno colabora con una campaña de este tipo, debe saber que está legitimando al sistema que provoca esa pobreza y además debe ser consciente de la imagen que da. Frente a la caridad está la solidaridad. Ésta es horizontal, establece sistemas de reciprocidad y no estigmatiza al otro. Se pone al lado del otro y le ayuda. Por ejemplo, una acción solidaria puede ser el parar un desahucio o el expropiar tierras para que todxs puedan trabajarla. El capital no distorsiona la acción en ningua de estas dos acciones. Un grupo de personas, en ambos casos, se posicionan en un mismo plano y se apoyan y ayudan mutuamente. Ser solidario en el caso de la comida no es comprar algo extra para otra persona, es compartir la tuya propia. Por otra parte, la denuncia al sistema debe ser constante y las propias acciones deben ser consecuentes con esto, por eso expropiar un supermercado es una acción solidaria (es un acto ilegal en el todxs colaboran) y de denuncia al sistema. Hay una doble vertiente. Aun así, visto que el Estado no da más de sí, las acciones caritativas pueden ser un remedio a corto plazo y tampoco, como ya he dicho, quiero denunciarlas al 100%. Es algo práctico que resuelve el problema del que pasa hambre hoy, aunque humille a quién la recibe.

Por último, me gustaría poner una visión economicista, para que también tengamos en cuenta una cuestión que a los liberales les puede resultar extraña. En efecto, la caridad es ineficiente económicamente hablando. Y no lo es por ese discurso de que subvencionando no damos incentivos a las personas para que por ellas mismas salgan del atolladoro en el que se encuentran. Lo es porque siempre se pierde dinero. Es fácil de comprender con un ejemplo. En La marató de TV3, el simple hecho de que veamos que muchas personas ya donan dinero y que la suma total de lo recaudado podamos observarlo ya nos supone un beneficio y una satisfacción personal. Aunque no hayamos colaborado. Nos produce un bienestar el observar que hay ya mucho dinero recaudado (somos felices al ver que las personas necesitadas o el colectivo al que va dirigida la donación tendrán, sí o sí, una gran donación) y, por lo tanto, dejamos de donar o donamos menos (ya que vemos que ya hay mucho dinero recaudado). Siempre se recaudará menos con la caridad que con un sistema de impuestos que luego se destinen a integración social o a asistencia a personas necesitadas. En este sentido, el Estado es más eficiente para arreglar las consecuencias de la pobreza que la caridad.

Por cierto, es curioso como esta sociedad elevada a l categoría de ángel, de santo, al que ayuda a los pobres pero demoniza y criminaliza al que lucha contra las causas de esa pobreza.

216 mil millones de ayudas directas a la banca

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A veces, la retórica queda completamente vacía de contenido frente a los datos. Hoy, 2 de diciembre, La Vanguardia ha realizado un informe que desvela todo el dinero público desembolsado para la banca desde que comenzó la crisis. Nada menos que la friolera de 216 000 millones de euros es la cantidad total que se ha destinado de forma directa a la banca. Esto representa el 21% del PIB español y, según el mismo reportaje, probablemente no podamos recuperar 120 000 millones. Para que nos hagamos una idea de lo que son estas cifras, cada año la partida total destinada en el conjunto del estado español (comunidades y estado central) a sanidad es de 80 mil millones de euros. Tendríamos prácticamente tres años gratis de sanidad (sin necesidad de recortes o incluso aumentando de los recursos destinados a la misma si se deseara) si no se hubiera destinado dinero público a la banca. Otro dato es el gasto público social en España por año (230 mil millones de euros), prácticamente equivalente.

Los economistas podrán argumentar lo que quieran, que si el Estado del bienestar es insostenible, que si hay que privatizar para mejorar la gestión pública o que únicamente podemos salir de la crisis recortando el gasto público. El hecho evidente, a la luz de estos datos, es que el gasto público se ha incrementado enormemente debido sólo al dinero enviado a la banca. El lema «se salvan bancos en vez de a personas» se hace más veraz que nunca y negarlo es pura demagogia. Miren los datos. Esto supone un doble problema, por un lado la necesidad de más ingresos (mermados por la propia crisis económica) para poder pagar los intereses de la deuda contraída para ese mismo desembolso (con los bancos a los que salvan por cierto) además del dinero que perderemos en sí (120 mil millones de euros) y, por el otro, la necesidad de recortar en el gasto público social y productivo (para poder pagar esas deudas) lo que no solo supone un retroceso social sino que además es económicamente suicida (se deja de invertir en sectores productivos).

Imaginemos por un momento que en vez de destinar 216 000 millones de euros a la banca los hubiéramos destinado a las familias con menos recursos. 5 millones de familias habrían podido disponer de aproximadamente 42 mil euros extra, cantitad que podría haber servido para pagar numerosas deudas contraídas con los bancos y para darles un respiro.

Muchos de los banqueros son los que luego defienden el libre mercado, por mucho que vivan del Estado. Algunos economistas ultraliberales son consecuentes con sus creencias y afirman rotundamente que no se debería haber salvado a ningún banco. El problema de sus posiciones es que se encuentran un poco cojas ya que no son capaces ni de leer  ni de interpretar el papel del Estado en un sistema capitalista. Es bastante evidente -y aquí tanto Marx como Lenin nos sirven estupendamente bien- que el Estado es una herramienta de la clase dominante para oprimir y subyugar al resto de clases sociales. El Estado está al servicio de las elites y no al contrario (como algunos economistas liberales han pretendido decirnos) y por eso no sorprenden demasiado estas escandalosas cifras.

Con más fuerza que nunca, tenemos que gritar que no debemos y que no pagamos su deuda. El aumento de nuestra deuda pública (del 37% del PIB en el año 2007 al casi 80% del PIB en este 2012) se debe casi exclusivamente a este desembolso de dinero público hacia una banca usurera (al menos en 21 puntos percentuales) cuyas prácticas matan centenares de ciudadanos al año y envían a la miseria material y personal a centenares de miles. Tenemos que recuperar y utilizar el concepto de deuda odiosa para no pagar esta deuda. Al menos 15 puntos percentuales de nuestra deuda deben ser condonados ya que no han servido para mejorar el bienestar de la ciudadanía (para el interés general), fue contraída de manera opaca, a espaldas de los ciudadanos, y con el consentimiento de los prestamistas. Además de ello, está el tema de los intereses. Este año 40 mil millones es la partida destinada a pagar intereses de esta deuda ilegítima (un 4% del PIB). En total, como mínimo, 20 puntos de nuestra deuda es ilegal e ilegítima.

Por cierto, es curioso el mensaje que se envía. Los culpables de esta crisis son, esencialmente, los bancos (confabulados con los regimenes políticos y las grandes empresas) y el premio por ello es darles más dinero. Socializando pérdidas, privatizando beneficios elevado al cuadrado.